La escalera de Raúl

-Cortesía del autor. Publicado el 13/12/22 en el Diario Vasco-

Álvaro Bermejo
Escritor

Imagen: Juan Gabriel Vich

Tomando a Jorge G. Aranguren como rehén, con el pretexto de de rendirle un homenaje, conseguimos que los jauntxos de la Kutxa nos cedieran su flamante salón de actos a nosotros. Enfants terribles entonces, príncipes de la contracultura, orquestamos una performance incendiaria que tuvo como epicentro una escalera de obra. Y ahí estaba Raúl Guerra, sonriendo entre el público. Cae el telón, pasan cuarenta años, y la misma semana en que Jorge me acerca su último libro, ‘Nunca llegan los tartaros’, Raúl pasa al otro lado de la vida dejándome al recuerdo del último suyo, ‘Demolición’, con otra performance y una escalera idéntica a la nuestra alzándose sobre sus páginas.

Ma eligió para presentársela en Madrid. Una novela insólita en él. Verdaderamente demoledora, raramente metafisica. Un artista decide suicidarse crucificándose sobre la instalación que inaugurara una galeria ultramoderna. Su artefacto es una escalera de madera, un lignum crucis a la medida de este creador que se apellida Expósito y es hijo de un carpintero, como el Cristo. Así como él, desaparece, se desmaterializa para resucilar.

En aquella presentación hable de la escalera de Jacob, aquella por la que suben y bajan los ángeles, emblema de la relación entre los mundos. También de la que vemos en uno de los lienzos más enigmáticos de Rembrandt —’El filósofo—. Una escalera en espiral, como la del ADN. La que erigio Leonardo en Chambord, la infinita espiral de la vida igualmente infinita.

Por eso las primeras pirámides eran escalonadas, como los teocalis mayas, como los zigurats babilónicos. Ascensión, gradación, transmutación. Conexión entre el inconsciente y la consciencia, como dice Jung, desde la psicologia profunda. Para el hombre que ignora su alma la muerte se reduce al aniquilamiento fisico. Para quien entiende la vida como un acontecer infinito morir supone pasar al otro lado de la escalera. El alma alcanza la mitad que le falta, accede a su plenitud.

Por eso en muchas culturas la muerte se celebra como un rito de unión. Misterium Coniunctionis. Cuando murió el cabalista Ben Jochat, sus amigos dijeron que celebraba sus bodas.

No me cabe duda de que Raúl Guerra se fue en paz. Consciente de que al otro lado de la escalera seguiría sintiendo la mano de su querida Maite, y ella la suya. Nosotros, el alma de su literatura.

El único sentido de la existencia consiste en despertar una llama en las tinieblas del mero ser. La novela más negra de mi buen amigo, era la más iluminada.